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Puedo pasarme la vida observándote, viéndote contemplar el mar. Entre más te veo, más comprendo la vida. Tu vida!
Me maravillo de sentir tu sensibilidad, viendo el agua ir y venir, colando tus manos al fondo de la arena, esa mirada penetrante que tienes que no deja ni un segundo de observar. Te paras, volteas a verme, me sonríes, me jalas de la mano encaminándome a la orilla, nadamos juntos, salimos y vuelves a sentarte sobre la arena, metiendo tus manos, sintiendo las olas tronar en tus pies. Volteas a sonreírme, me llevas de la mano, nos sumergimos, y así sucesivamente, varias y varias veces más, pero cada vez, como si fuera la primera. Como queriendo asegurarte que lo que ves y sientes es real.
Es increíble verdad? Imposible de creer. Conozco bien ese sentimiento.
Te sigo contemplando, se me llenan los ojos de lágrimas, y pienso, cómo puede alguien decir que estás “ausente,” pues no puede haber un ser más vivo y más presente en este mundo que tú.
Estás en cada instante, dejándote sentir en toda la extensión de la palabra. Sintiendo el aire mover tu pelo, oyendo una y otra vez el sonido del mar, viendo las nubes y sus figuras en el cielo, tocando cada textura con tus manos y pies, y hasta saboreando el sabor de la sal en tu boca.
Percibes todo a tu alrededor de una manera sorprendente, tanto que debe de ser tan difícil expresarlo con palabras. Tú no necesitas de ellas para hablar. Sabes que aquí estoy contigo, que me tienes incondicional, y somos cómplices de alma y vida.
Se nos hace tarde y no puedo quitarte de mi vista, y mira que el mar me asombra. Ahora entiendo cuánto tienen en común. Esa profundidad en tu alma, la calma y la fuerza, ese misticismo y grandeza que a todos enamora, la serenidad y la tempestad, la belleza y la incertidumbre.
Así como el mar, tú despiertas en mí los sentimientos y emociones más maravillosas de este mundo.
Sé que vas a estar triste y llorarás un ratito, pero ya es hora de irnos a dormir.
Te amo Alvarín.
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